Reflexión
8 de marzo de 2012.
Textos: (Ex1, 8-22); (Ex 2,1-10)
Hoy es un día de particular importancia, pues se recuerda la lucha de las mujeres por ocupar el rol que merecen en la historia. Hay quienes encuentran el pretexto para hacer regalos o para recordar esas mujeres han marcado sus vidas. Es un tiempo para dar gracias por los logros conseguidos respecto a los derechos de la mujer, y para mirar el camino que falta recorrer.
También es el día para ver cuántas adolescente o mujeres jóvenes son víctimas de la trata de blancas. Son muchas las que han abandonado sus hogares para librarse de abusos de todo tipo. Es el día para pensar cómo aumentan los feminicidios años tras años. Es tiempo de pensar en los desafíos que la mujer moderna enfrenta. Oremos para que la Biblia nos ilumine y podamos seguir aprendiendo sobre la difícil tarea de ser mujer, madre, amiga, hija, esposa.
Los textos leídos en los capítulos uno y dos del libro de Éxodo nos relatan historias apasionantes de mujeres que se arriesgaron por defender el derecho a la vida.
En las culturas del Oriente Antiguo hasta dejar de inclinarse delante del rey podía costar la vida. Absolutamente todo lo que el rey decía era ley. A las parteras se les dio la orden de matar a los niños, para que el pueblo hebreo no se multiplicara. ¿Entonces por qué Sifrá y Puá, se arriesgaron tanto? Ellas enfrentan el poder faraónico, porque es un imperio que promueve la injusticia, la esclavitud y la muerte. El relato no refleja si las parteras sufrieron algún dilema ético sobre si desobedecer al faraón era incorrecto, están convencidas de hacer lo justo. Deciden por encima de las presiones imperiales ser fieles a Dios y a su proyecto salvífico.
La madre de Moisés sabía el peligro que corría si encontraban al bebé, pero eligió esconderlo. Fueron tres meses de preocupación hasta conseguir la seguridad del niño. La vida nos desafía con frecuencia ¿Qué ley vamos a desobedecer? ¿A cuál obedecer?
La hija de faraón también desobedece la ley, no por temor de Dios como las parteras, sino porque su corazón se conmovió ante el llanto del niño. Hay en ella una actitud elogiable.
Cuando la hija del faraón vio al niño que estaba en la cesta, y que habían sacado sus doncellas de entre los juncos, a la orilla del río, ocurrió algo. Dice el texto que al abrirla vio que era un niño que lloraba. Se compadeció de él y exclamó: “Es un niño de los hebreos”.
Lo reconoció como hijo de los hebreos, como un miembro de ese pueblo esclavo que se multiplicaba cada día más y que los egipcios comenzaban a ver como un peligro, pero eso no le impidió ser compasiva. A las personas sensibles les basta ver una situación de crisis para sentirse comprometidos con la solución. Se trata de escuchar el dolor del otro y de la otra.
Sobre la capacidad de escuchar les comparto una frase de Giuseppe Colombero: “Escuchar es más que oír. Significa poner atención, querer comprender, tener en cuenta que hay un mundo más grande detrás de las palabras. Significa centrarse en la persona que comunica haciendo callar el conjunto de voces dentro de nosotros que se llaman recuerdos, remordimientos, alegrías, preocupaciones… voces que evocan cuanto el interlocutor presenta”.
Necesitamos escucharnos en todos los espacios o grupos: como iglesia, como familia, como parejas, como padres y como hijas, como mujeres. Creo que escuchar debidamente es una muestra de amor, es decirle a los demás que los respetamos, que nos interesan sus problemas. Ignorar la voz o el llanto de alguien es un modo de invisibilizarlo.
La princesa egipcia nos hace pensar en las mujeres que no tienen la oportunidad de tener hijos, pero poseen la suficiente sensibilidad como para adoptarlos o contribuir con la educación y cuidado de otros niños. El sentimiento maternal no es exclusivo de quienes conciben, es un amor que supera los lazos sanguíneos, es un compromiso con la humanidad frágil: con los que padecen alguna discapacidad, con nuestros padres y madres ancianos que se transforman un día en nuestros pequeños, y en el sentido más amplio, con el que llora. Tal y como hizo Dios con el niño Ismael y su madre Agar en el desierto. Ambos habían sido expulsados de la casa de Abraham, la dureza del desierto hizo que llegara la desesperación, de modo que Agar comenzó a pensar que vería morir a su hijo. Sucedió que en medio del desierto el niño comenzó a llorar porque tenía sed y el Ángel del Señor se les apareció para darles fuerza y el agua que necesitaban. Dios no puede permanecer lejos del llanto de un niño, o de una madre que llora por su hijo, o de una madre que no ha podido tener hijos.
Es responsabilidad de todas y todos proveer lo necesario para la vida y el crecimiento armónico. Esta es una responsabilidad de la familia, para ello cada país tiene legislado en su constitución una política hacia la familia por parte del Estado. No podemos mirar la falta de estrategias políticas como una causa perdida, es nuestra responsabilidad exigir el cumplimiento de estas leyes, como miles de mujeres exigieron su derecho al voto.
Cuando el niño Moisés fue colocado en la cesta, el relato nos dice que su hermana lo observaba de lejos para ver qué pasaba. Fue ella quien propuso a su propia madre como nodriza. Y la hija de faraón se manifestó dispuesta a pagar lo que fuera porque le criaran al niño. A pesar de que la historia de las parteras es otra, responde a este mismo contexto donde la vida de los niños hebreos era amenazada. En los textos se entrelazan todas estas mujeres con el empeño de proteger a los niños. Aunque todos los personajes son femeninos, sabemos que la construcción de una familia no es exclusivamente materna, es tarea de todos.
La teóloga nicaraguense Sara Baltodano utiliza dos términos para definir al menos dos tipos de familias desde su funcionalidad: Las familias empobrecidas y las familias nutricias. Las primeras, las familias empobrecidas “son aquellas que padecen una pobreza de estructura y organización, en el ámbito personal, familiar y de comunidad” y las familias nutricias son lo contrario, esas cuya organización y redes de colaboración les permite superar momentos de crisis y vivir en armonía.
Junto al techo y la comida hay que tejer redes de apoyo, que permitan el mutuo sostén, el afecto de todos, y donde cada uno y cada una desempeñen un rol. Las familias debieran pensarse juntas. Popularmente se dice que los hijos son para siempre, porque nunca los padres se pueden desentender de ellos. Tampoco debiéramos desentendernos del tipo de familia en la que crecen los hijos, de las relaciones que desarrollamos hacia el núcleo familiar y hacia la sociedad. La familia no es una planta silvestre, es un espacio y un vínculo afectivo donde Dios se manifiesta.
Hay derroche de astucia en cada situación. Estas mujeres nunca se decidieron por lo más fácil, la opción fue la más inteligente. Las parteras Puá y Sifrá, cuando fueron cuestionadas por faraón respondieron: “Es que las mujeres hebreas no son como las egipcias; son más robustas, y antes que llegue la comadrona, ya han dado a luz”. Puá y Sifrá se convirtieron en paradigmas para el pueblo hebreo, por eso sus nombres aparecen en el texto. No son unas mujeres más, son un ejemplo de fidelidad a Dios en tiempos de crisis, un testimonio de la lucha por la vida, ejemplos del cuidado providencial de Dios por su pueblo.
La madre de Moisés seguramente hizo maravillas para mantener oculto a su hijito, y luego colocó la cesta en el momento y el lugar adecuado. Su hija hizo la propuesta a la princesa: “¿Quieres que vaya y llame a una nodriza hebrea para que te críe el niño?”
Las acciones de cada una nos invitan a la creatividad, a no tomar decisiones fáciles debido a las presiones, a escoger lo justo, lo que Dios espera de nosotras, a insistir en la búsqueda de soluciones idóneas. El riesgo se acompaña de la astucia.
Gracias a Dios porque de la reflexión de estos dos capítulos de Éxodo, hemos podido identificar al menos cuatro actitudes que nos ayudarán a proteger a los más frágiles en nuestras familias:
- Identificar a qué o a quién desobedecer y a quién obedecer.
-Compadecernos del que llora.
-Proveer en nuestras familias lo necesario para el crecimiento armónico: respeto, amor, buena comunicación, entre otras.
-Y por último, actuar con astucia.
Estas actitudes también las encontramos en Jesús y su ministerio para con las personas indefensas, y Jesús es el cimiento sobre el cual también edificamos nuestra vida, nuestras relaciones y familias. Seamos prudentes y no construyamos hogares autoritarios y excluyentes, donde los miembros se sientan incómodos para dialogar sobre sus miedos y frustraciones. Si practicamos la fe cercana de Jesús, que dialogaba constantemente con su padre y que se disponía generosamente a ofrecer lo que demandaban de él: respeto, sanidad, enseñanza, comprensión… Si esa es nuestra práctica, nos sorprenderemos con una vida abundante y fuerzas multiplicadas.
Copyright © Consejo Latinoamericano de Iglesias - Red de Liturgia del CLAI